La melodía se saltó mis diplomacias internas y me restregó sentires en el rostro.
(Me observo a mí mismo en una tribuna de fría reflexión y acorazamiento ¿imperturbable?)
Es la madrugada de fin de semana en la Ciudad de México. En punto de las 2.30 de la mañana se corta el flujo etílico en las barras de todos los sacrosantos y bien portados bares, antros, cantinas y demás tugurios de esta ciudad capital, tal y como lo marca la santurrona ley que se aprobó hace unos meses y que, ñoña, ñoñísima, a las tres de la mañana nos manda a dormir a todos (dizque, pues no escasean los sitios que dan cortinazo o aquellos de alma considerada que ponen su casa como refugio postcierre). Enfiestados (antes habíamos visto el nuevo documental sobre Tin Tan y así... cómo no estarlo!), huímos de Marcelolandia (región de izquierda con una noción de vida nocturna muy de derecha) y nos lanzamos a Copetelandia (región No Comments). Una amiga, en el trayecto, nos aclara: "los llevaré a un lugar bien pesado, así que si se ponen de nenas, mejor ni se anexen..." Todos, al momento, presumimos de machos bragaos: "Llévanos a donde quieras, aversicierto, nomás no nos salgas con mamadas" (¿qué decía de los comentarios?). Enfilamos hacia Ciudad Nezahualcóyotl, sector gigantesco allende los límites del DF con una densidad de un millón de habitantes, una especie de Polvolandia al que de noche no se entra como si estuvieras en tu casa y al que muchos consideran ya mothernizado porque tiene varios centros comeriales donde ir a comprarse un helado de McDonalds. A estas horas de la noche, sin toparnos con la corruptísima y temida policía del Estado de México, llegamos de boleto a Ciudad Neza, Mi Nezota, Neza York, específicamente a una colonia popular de esas en las que vas a 30 km/hr, cuidando que no se te atraviese un perro famélico o un teporocho perdido. Llegamos finalmente a la quesque "discoteca Spartacus". Pero lo que yo observo por fuera es más bien la fachada de dos o tres casas habilitadas como un antrucho... Tres transexuales gigantescas nos anteceden al entrar. Su olor a perfume de 80 pesos comprado a la salida del metro es la clara muestra de que ellas (ellos) van a lo que van, a ser las reinas totales de la noche... Entramos (40 o 50 pesos creo costaba la entrada). El lugar está hasta su madre. Es de tres pisos. En el primero hay mujeres y hombres sentados a las mesas, chupando, fumando (recuerden que estamos fuera del DF, aquí la Ley Antitabaco no es más que un chiste). Es notable la presencia de las chicas/chico y sus cabelleras estilizadas y sus implantes de toneladas brotando de sus escotes y sus risas jocosas estruendosas locosas. Se ve por ahí a la clon de la Tesorito, Mónica Naranjo, Barbie, Pocahontas, Alejandra Guzmán, Lady Gaga y otras que, no es por ofender, pero paracen luchadores rudos, rudísimos, seres que quizá en la mañana reparten el gas y ahorita están metidos en unas minifaldas que asoman sus extremidades peludas... A esas alturas del partido, uno necesita ser muy ingenuo (o muy pendejo o muy enclosetado) para no notar que estamos en un antro gay, bueno, más que gay, de vestidas, trans, drag queens y similares. "¿Qué tal, eh? ¿No se les arrugó?", pregunta nuestra amiga con sorna. "La neta, no", contestamos. Dentro de mis ídolos artísticos tengo a Oscar Wilde, Monsi, Morrisey, Juan Gabriel, además está de moda "respetar las preferencias sexuales", pienso yo, acorde a los tiempos que corren. Los baños están re feos y pues no es de todos los días ver a mujeres que hacen pipí paradas! La música va del techno barato a Gloria Trevi y, obvio, Gloria Gaynor y melodías del tipo (los ochentas son muy gays, pienso). Vemos pocas parejas hetero que, como nosotros, curiosean y turistean en el ambiente gay-hardcore-punk... bueno, eso en el primer piso, "el fresa"... Nuestra amiga, que por los conocimientos del terreno se ve que no es la segunda ni tercera vez que viene, nos lleva a dar el tour. El segundo piso es de luces mucho más tenues y las parejas hetero escasean, en proporción contraria a los hombres y los transexuales que pasan por doquier. Este piso da a una terraza que asoma a la planta baja, en la cual está comenzando el show de un wey bien mamado y encuerado (bueno, sólo lleva un moño al cuello, unas botas y una tanga) que se pone a bailar a ritmo de la música. El toque singular de la casa consiste en que el cuate éste se quita en cierto momento la tanga para mostrar así a su público que está bien firmes y pasar su miembro por las mesas para quien guste checar la mercancía. Se necesita también estar muy wey para que uno no se de cuenta de que se estamos en los límites de la ciudad, en la periferia, en el cinturón donde todo se puede y todo está permitido. Y más a esas horas de la noche, marcador en el que ya muchos están soberanamente ebrios... Se ve gente de todas clases sociales pero los que más abundan son los nativos, gente del baririo y repúblicas anexas. Obreros, albañiles, soldados, oficinistas, uno que otro yuppie y condechiano comparten con las trans exageradamente maquilladas y operadas. Estamos en su territorio y las miradas tienen de todo, menos discresión. El cirujano ha dejado buenísimas a varias de ellas pero pus ahora sí que aunque la mona se vista de seda... trae premio integrado. Y pues tan europeo no soy, la mera verdat; en esos menesteres sigo siendo tradicionalito y a la usanza cristiana apostólica romana... La vibra es inevitable no sentirla. Estamos en un lugar prohibido, de esos que nacen, existen y mueren cada noche y a escondidas... Pero esto aun no termina. El punto climático de este viaje a otro mundo (tal cual) sucede: ascendemos por una miniescalerilla al tercer piso (el infierno, el paraíso, el purgatorio, ¿por cuál votan?), escalones breves por donde montones transitan a la vez. Tercer piso: sitio en penumbras (sólo un foco a un costado y algunos celulares usados como lámpara... y como cámara), sin música (los rebotes de allá abajo solamente), pero con decenas de sombras, ya sea en grupo, pareja, solitarios, actuando o mirando, en la bacanal de sexo que se efectúa. El golpe es tremendo. Sí, a la mera hora sí me puse de nenita. Y se me arrugó. (Chale, es que no soy metal forjado a temperaturas taaaan extremas.) Se percibe la respiración bestial de quienes ahí están. Un deseo sexual desquiciado y animalizado se agolpa en ese breve espacio de 15 x 15 metros. Muchos sólo están recargados, observando; otros por allá hacen lo que están haciendo. Impresionantes esas bolas como de 10 personas que sepa la chingada qué los tiene tan embobados (bueno, se intuye pero no asoma nada). Apenas subimos cuando ya estamos bajando. Entre tanta bestia (literal, no es peyorativo) no fueran a desconocer a la banda... Uy, no, de terror nomás pensarlo! Entre prevención, falta de costumbre y el haber topado de frente con la más completa despersonalización del sexo, el trancazo tarda en asimilarse... Bajamos al primer piso y desde ahí observamos la escalerilla, allá arriba, con ese incesante subir y bajar de seres... La pregunta es inevitable: ¿se ponen condón allá arriba? O deja del condón: ¿qué pedo con esa manera de tener sexo, tan a la chingue a su madre el papa? Ya sabía de los cuartos oscuros, como seguro todos ustedes han oído de ellos, pero ver el ambiente en uno, directo, sin intermediarios, es un shock cabrón. Denso. Sonará quizá paternalista, pero en ese momento me cae que uno piensa cuántos bajarán de ese tercer piso con la factura de la vida ya cobrada... Ves la cara de la muerte... en el placer. Eros y Thánatos.
Ah, qué cosas! Y a qué pinches lugarcitos nos llevas, Pavle... (jaja, por cierto, esta chava ahora nos dice que ya somos machos, y más que bragaos, machos "calados"... Jija de su madre!)
Y Morelia volvió a mí. El fin de semana anduve nuevamente por aquellos lares. Entre sus innumerables templos, conventos y fuentes coloniales, que la convierten en una de las máximas capitales exponentes de la arquitectura colonial -Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1991-, gasté mis suelas. Era imperativo hacerlo.
Fuentes, fuentes y más fuentes...
Me comentaron que todos los sábados hay un show de luces y música y toda la onda en el encendido de la Catedral. No lo pude apreciar. Estaba comiendo/cenando. Lo que sí atestigué es que los morelianos no sueltan sus calles, sus espacios, su derecho a la fiesta y al esparcimiento, a últimas fechas acotado pues esta ciudad, este estado, Michoacán, es uno más de los ya varios lugares en la extensión de nuestra sangrante República Mexicana donde uno puede encontrarse abruptamente en medio de balaceras, ejecuciones, emboscadas...
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