EL BALÓN, COMO UN NEUMÁTICO, ES REDONDO...

16 pechoch@s

Ni el golpe sentí. Sólo recuerdo que intentaba incorporarme del asfalto. La llanta delantera derecha del auto a escasos centímetros de mi persona. Mi padre y el conductor del vehículo referido, en mi auxilio (para después hacerse de palabras, ¿o de golpes?). Acababa de ser atropellado. Y en mi presencia...

Sucedió el verano de hace algunos años, mientras mi progenitor, en calurosa tarde, esperaba a su amada pareja (mi madre) leyendo el periódico dentro de su flamante Renault 12 Routier. Yo, niño de escasos años que se contaban con los dedos de una mano y dos de la otra (¿o eran tres?), jugaba ajeno a los ochenteros problemas del mundo... hasta que en cierto momento la misma inercia de mi juego inocente me llevó a romper con las líneas de lo permitido: descender de la plazoleta en la que me encontraba y dirigirme A LA CALLE (plazoleta de Gandhi, en el Bosque de Chapultepec, pa' más referencias). Lo hice sin avisarle a mi padre (no lo consideré pertinente, obviamente) y él pues seguro me habría echado un ojo dos segundos antes y habría dictaminado: "todo bien, el niño sigue jugando, continuemos la lectura del diario".

Recuerdo perfectamente que me cercioré de que no vinieran autos. Recordé las recomendaciones de mis padres y los spots que veía en el Canal 5: "fíjate al cruzar la calle", "cuidado con los autos". Lo que no reparé fue que en esa sección de Chapultepec las calles que bordean al bosque son circulares y, por lo tanto, mi horizonte no iba más allá de las placas del vehículo estacionado más cercano. Total, seguro me dije "ya soy niño grande y sé cruzar avenidas de 10 carriles" y ¡ahí les voy!

... el trancazo no lo sentí. Nunca lo he recordado. Sí recuerdo el hospital. El arañazo en la frente. El conductor espantado. La silla de ruedas en la que me trajeron ese día. Pero sobretodo recuerdo una cosa: el horror inmisericorde que se apoderó de mí al pensar que me sacrificarían como a aquel caballo de carreras que era llevado a mejor vida por lesionarse una pata, secuencia que presencié días antes de mi accidente en una película apta para niños.

Obviamente no me sacrificaron y pude aventarme muchas corridas después (interpretación libre). Aunque creo que gracias a ello ahora se entiende mi terror inconsciente a los doctores, trátese de la consulta más pitera existente sobre la faz de la tierra.

Pero bueno, ¿qué tienen que ver mis traumas equinos con un balón de fut? Pues bueno, aparte de que ya puedo jactarme de haber redactado mi entrada futbolera y así estar a tono con la temporada, rindo tributo a la triste memoria de aquel balón de soccer (igualito al de la imagen) que fue la causa y circunstancia que me llevó a bajar la calle para luego ser lanzado por los aires ante la mirada impávida de Mahatma Gandhi.

Y también al menos puedo presumir que, jugando futbol, alguna vez apliqué un cabezazo a un auto... No pasa todos los días :)