PECHOCHO Y ¿METALERO?

El Foro Sol atascado. Las clases sociales hechas una masa desmadrosa. “¡No van a ver, no van a ver!”, corean los de las gradas. Los de abajo, en réplica, contestan: “¡jo-di-dos, jo-di-dos!”. Todos desde sus trincheras pasando el tiempo. La ola, obvio, no puede faltar. Y las chelas de a millón de dólares –en tiempos de ¿crisis?- vuelan: “¡hey, chelas! ¡Dame dos!”.

El grosor de la concurrencia son metaleros. Muchos de negro y hartas melenas Head & Shoulders (sin problemas de caspa). Headbangers en la típica postal de jeans o bermudas color verde oscuro, tenis o botas, chamarras de cuero negro (y con el calor que hace, pero no importa, todo sea por el look pa’l concierto), playeras negras con logos de bandas por donde asoman brazos tatuados de mil colores. Hombres o mujeres, da igual.

El metalero es el cliché más común del rock: chamarras de cuero, estoperoles, pañoletas a la cabeza, melenas, calaveras, guitarras potentes, saludo de los cuernitos, ceño fruncido, cerveza, motocicletas... pero paradójicamente son los más mansitos. Mientras una rola tenga una ejecución musical impecable (“no mames, wey, ya oíste ese solo de guitarra, está cabrón”), la melena no asome orzuela y haya muchas historias de dragones y caballeros que contar, el metalero tiene la vida arreglada. No es como el punk que es más político, los goths que se azotan con la triste vida, o los ravers y su desenfado. No. Son más malditos en apariencia pero son los hijos que todo padre quisiera tener. Eso sí, suelen ser muy briagos...

Pero bueno, de metaleros está lleno el Foro Sol... A las 9 en punto se apagan las luces y el estruendo en boca de todos se hace uno. Las bocinas revientan. Pure thrash!! Metallica está en el escenario con Creeping Death. Recuerdo entonces los convivios de la secundaria “por el día del estudiante técnico”, donde todos llevábamos sandwiches y gelatinas para comer en grupo y donde nunca faltaba el compañero antisocial que llevaba la música para amenizar la reunión. “Puro ruido es eso, quítelo por favor, jovencito”, le dijo en cierta ocasión a Montaño –así apellidaba nuestro amigo- la maestra tutora que usaba un fleco que parecía sombrero. Quitaron la selección musical de Montaño y creo que pusieron a Inner Circle con aquella de “alalalalalong, alalalalalong long lilong lon lon” (para la profe eso era más “juvenil y sano”). Pero fue demasiado tarde: la sustancia hizo efecto. Había escuchado a Metallica: hacían ruido, eran greñudos y en sus camisetas había calacas... Justo lo que en la secundaria nos prohibían.

Años han pasado de eso y la fuerza de la banda es avasallante. Y como en la secu, me sigue impresionando ver esas hileras de metaleros en serie moviendo sus matas de manera circular o de atrás pa’delante, como si estuviéramos en una especie de bizarro comercial de shampoos, como sucede al inicio de Sad but true, o aplicando la guitarra o batería imaginaria con rolas como Fuel o Wherever I may roam. Insisto: los metaleros son per-so-na-ja-zos (si quieren crear una película de culto, háganse una de metaleros contra extraterrestres. Hitazo asegurado).

James Hetfield con su barba a la José Revueltas nos pregunta si nos gusta su más reciente disco, Death Magnetic. Seguramente no me oye pero yo grito que ni madres. Parece Moderatto. Está muy equis, a comparación de sus clásicos. Y para baladas metaleras (de esas para escuchar a la orilla de la carretera haciendo el amor sobre una Harley Davidson después de un concierto de metaaaaaaaal) sólo les paso la de Nothing Else Matters. Y ya... Como sea, el Dios del Rock que está allá arriba y que todo lo ve, hace unos pases mágicos y la segunda parte del concierto se distingue por cortes bien thrasheros. One y su doble bombo se liga con Master of Puppets. Cliff Burton, el original bajista muerto en accidente automovilístico a la edad de 24 años, seguro mueve el cráneo desde el sitio en que se encuentra (si, esa frase sonó muy “metalera”).

Entre tanto ruido tan armónico pienso en Montaño. ¿Qué será de ese cabrón? ¿Andará en el concierto? ¿O de tan gañán que era ya es Zeta y oye puro narcocorrido?

Dyers Eve, Enter Sandman son la víspera del consabido encore. Ya saben, como que la banda se va, el público ruge, los pide, la banda regresa y se echa otras rolas... Mejor cierre no puede haber: Seek and Destroy. Orgasmo en seco.

Conciertazo. La mera verdá. Y los tres conciertos no los hubiera abierto Resorte sino Charlie Montana.


¿Ustedes fueron?
¿Les gusta Metallica o les gusta Inner Circle?
¿O más bien lo retro-postpunk-electroclash es lo de hoy?